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Desde la noche de los tiempos y hasta el descubrimiento de América, el mundo era plano.

El sol salía en el Oriente, en el Imperio del Sol Naciente y moría en el Occidente. El ocaso se producía en el Finis Terrae de los romanos, espectáculo cósmico que representa cada tarde, durante millones de años, el drama de la caída del sol al “mar tenebroso”, el de los precipicios abismales, que ningún navegante osaba surcar.

Hoy, en cambio, el espectador percibe la estética grandiosa de un firmamento que se enciende en una sinfonia de colores anaranjados, rosados y púrpuras.

Es el apogeo del cielo en el atardecer, que se prolonga en el ocaso y en el crepúsculo.

 

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