«Es duro pero yo sabía que alguien tenía que morir para que yo viviese»
El doctor Jacinto Sánchez, ante un tanque de nitrógeno
donde se guardan tejidos vivos - MIGUEL MUÑIZPATRICIA
La intensa luz de los focos que iluminan el quirófano es lo último que los pacientes que precisan un trasplante ven antes de que los profesionales médicos obren el milagro. Este recuerdo pone punto final a una angustiosa carrera de fondo en la que el tiempo siempre juega en contra. En elComplejo Hospitalario de La Coruña (Chuac) se trasplantaron el pasado año258 órganos, la cifra más alta de todos los hospitales españoles. Cada una de estas intervenciones es el resultado de un complejo protocolo de actuación en el que pueden llegar a participar hasta medio centenar de personas entre cirujanos, enfermeros, pilotos, conductores, policías e incluso controladores aéreos. El coordinador de trasplantes en la Comunidad gallega, Jacinto Sánchez, se remonta al minuto cero de la donación para dar cuenta de cómo empieza todo. «Cuando estamos ante una situación de muerte encefálica nos reunimos con la familia. Tratamos de expresarles con palabras cercanas cuál es el escenario, porquesabemos que les vamos a pedir algo muy complicado en el peor de los momentos. Pero es el único momento en el que lo podemos hacer», explica.
En un 78% de los casos (en Inglaterra esta media es del 60%, y en Alemania del 50), los familiares del fallecido aceptan la donación. Su «sí» es la señal para poner en marcha dos auténticas contrarreloj que confluirán en la mesa de operaciones. Por una parte está el donante, al que de forma inmediata se le hacen las pruebas que ayudarán a determinar su compatibilidad con los posibles receptores. De forma paralela, los coordinadores consultan la lista de «urgencias cero». Las personas que figuran en ella tienen una esperanza de vida de 48 horas, por lo que si el órgano es coincidente viajará rápidamente al lugar en el que se encuentre el paciente en situación límite. En caso de que no haya ninguna prioridad en territorio español, el órgano podrá ser trasplantado al primer receptor compatible de la lista del hospital de origen, de la ciudad, de la comunidad, de zonas anexas o del conjunto del territorio nacional, siempre por este orden de prioridad.
Arranca la cuenta atrás
Una vez seleccionado el receptor, se activa el segundo de los protocolos, que implica anunciarle a la persona que hay un órgano disponible. Suárez -que suma cerca de tres décadas dedicado a esta labor- recuerda las dificultades que los coordinadores se encontraban cuando no había móviles. «En más de una ocasión hemos tenido que llamar a la Guardia Civil para que localizasen al paciente », rememora con humor.
Un hígado aguanta hasta seis horas desde su extracción; el pulmón, cinco; y el corazón, solo cuatro. La limitación temporal que marca la vida útil de cada órgano obliga a que los equipos de extracción y trasplante se organicen para no perder ni un minuto. El correcto funcionamiento de este engranaje queda en manos de los coordinadores, encargados de trazar un cronograma que garantice que receptores y órganos coinciden en quirófano en el menor tiempo. «En ocasiones tenemos que llamar a los aeropuertos para que haya un controlador de guardia o a la Policía para que nos abran camino», indica Sánchez. Todo para que paciente y órgano se encuentren lo antes posible.
La tensión que esta carrera por la vida genera en los profesionales médicos tiene su reflejo en la persona que está a la espera. «De esos días recuerdo que no podía ni abrir los ojos. Me quedaban quince días de vida y estaba dando instrucciones a mi familia para mi muerte. Cuando me dijeron que había un hígado para mí me vine arriba», relata Tito a ABC mientras desayuna un café con leche, «uno de esos placeres que solo valoras cuando has estado a punto de morir». Hace trece años que este ferrolano recibió el trasplante, casi in extremis. «Fue coger mi hígado y deshacérsele en las manos al doctor», describe para adelantar uno de los momentos más duros del proceso. «Llevaba dos semanas esperando un órgano, ya sin poder salir del hospital, y el doctor se sentó a mi lado y me dijo que era probable que el fin de semana apareciese alguno. Es frío, pero es así. Sabes que alguien tiene que morir para que tú puedas vivir», asume. Del hígado que le devolvió la vida, Tito solo sabe que perteneció a una mujer de 41 años que murió en un accidente de tráfico. La ley impide identificar a los donantes, pero él conoce lo suficiente como para afirmar que ahora tiene dos madres, «la que me parió y la mujer que me dio su hígado».
Los eslabones
Entre personas como Jacinto y Tito hay decenas de profesionales que garantizan que un trasplante sea exitoso. Uno de los más veteranos de la Comunidad gallega en lo que a los injertos de corazón se refiere es José Cuenca, jefe del Servicio de Cirugía Cardíaca del Chuac. De él dependen todos los trasplantes cardíacos que se realizan en este centro coruñés, que en 2015 cambió el corazón a 25 personas. Los procesos a los que su equipo se enfrenta son largos e intensos, con intervenciones que pueden llegar a las siete horas. Tres cirujanos y tres enfermeros trabajarán en la mesa de operaciones para que el nuevo corazón vuelva a latir, ahora ya en el pecho del receptor. Cuando se le pide que describa qué se siente al tener un corazón vivo entre las manos, Cuenca reflexiona y solo le sale decir que es «una sensación muy especial». Tras la mesa de trabajo de este cardiólogo, una fotografía que captó el momento de la sustitución de este órgano, con el tórax del paciente vacío. La imagen estremece y asombra.
Después de explicar que la esperanza de vida de los pacientes con trasplante es muy elevada gracias a la mejora de los inmunodepresores, Cuenca pone como ejemplo el caso de una octogenaria que lleva casi veinte años con un corazón trasplantado. «Y sigue bien», apunta para evidenciar que la relación entre el receptor y sus doctores se mantiene de por vida. En el caso de Tito, sus médicos y él compartieron mesa y mantel en una fiesta que organizó al salir del hospital. Para Jacinto Sánchez, pieza clave de este engranaje, la cuestión es sencilla. «Cuando hablamos de que Galicia lleva realizados 7.000 trasplantes, tenemos que pensar que los beneficiados pueden ser 28.000, porque hay padres, madres y parejas», señala satisfecho.
Poner cara y voz a las historias que se esconden detrás de cada trasplante sería imposible. Pero hay cifras que, aunque asépticas, lo explican. En el Chuac se realiza un trasplante cada 36 horas y en 2015 resolvieron una docena de «urgencias cero», aunque las donaciones siguen siendo igual de necesarias. «Desgraciadamente, siempre hay más receptores que órganos. Ojalá los tuviéramos esperando en las neveras».